PUERTO ROSALES VII (Don Davyt)

Recorría las calles como un personaje fellinesco, caminaba con la bicicleta a su lado cargada en un equilibrio casi imposible con un sin fin de elementos que le servían para su trabajo, a cada lado del manubrio colgaban un rollo de alambre de púas, otro de varillas planas, a lo largo del móvil, apoyados en el asiento, un largo caño y un tablón,  para terminar  la barroca decoración con una variedad de sopapas y una barreta de acero colocadas en el portaequipaje.
Con sus cuarentitantos era, en un barrio de gente joven,  una especie de patriarca, por eso al apellido todos los vecinos le agregaban el titulo de "don".
Don Davyt, se reconocía a la distancia por el silbido de algún tango indescifrable que resonaba mientras recorría las callecitas mañaneras, de cascarón duro, pero de amistad afable, había sabido ser resero hasta que la miseria y algunos vicios le obligaron a abandonar La Pampa, para trabajar de "cloaquista" y quedarse en Puerto Rosales que, estoy casi seguro, fue su lugar en el mundo.
Le venía debiendo algún homenaje a Don Davyt y hoy lo pago porque nunca le dije que me reconozco en muchas cosas, en el cigarrillo, la milonga surera, los colores del fútbol, la siesta obligada, la amistad para pocos y  sobre todo el amor por mi hijo.
Ya está Don Davyt, espero que desde donde esté le llegue este recuerdo, me lo sigo imaginando en un eterno domingo, bajo un eucalipto, con la radio transmitiendo permanentes partidos de boca, saboreando un buen amargo, disfrutando de lo simple...